Comenzábamos la semana conscientes de que íbamos a vivir nuestros últimos días en Boys’ Village. Los comentarios de los chavales “You plane no” y las conversaciones entre nosotros/as confirmando vuelos, horarios y kilos en las maletas planeaban sobre nuestro ánimo, y la pena por dejar a nuestra nueva familia en la India se mezclaba con la ilusión por volver y encontrarnos con nuestra familia y amigos.
Sin embargo, quedaban muchos acontecimientos, emociones y momentos por vivir en estos días que nos quedaban en nuestro lugar de la India. Apenas quedaban unos días y las actividades comenzaron a aglutinarse en nuestra agenda diaria.
Comenzó el último domingo con la visita de Rafa Matas y Gustavo Gutiérrez, un mallorquín y un mexicano, ambos Hermanos Consejeros Generales de La Salle, que estaban de visita por el sudeste asiático conociendo las obras de La Salle en estos lugares. Acompañados del H. Joseph Fernando estaban visitando las Comunidades de La Salle en la India, y nosotros les hicimos de guías turísticos de la que era nuestra casa desde hacía un mes. Con cariño y casi orgullo paterno, les hablábamos de los 42 chavales que allí vivían, les contábamos algo de lo que podíamos haber descubierto de su mochila vital y del acompañamiento que realizaban los Hermanos, quizá no siempre con todos los recursos a los que están acostumbrados nuestros ojos occidentales. Actividades como jugar al fútbol, dinámicas varias con el inglés de por medio como vía de aprendizaje y comunicación, y tras la cena, juegos de cartas, pulseras y un ratito de “simplemente” estar, constituían nuestro día a día, una vida sencilla pero plenamente satisfactoria de la que ya formábamos parte. Compartir y hablar sobre ello no nos dejaba indiferentes. Por medio, nuestros chicos de Boys’ Village como siempre en su afán de entrega les presentaron un programa vivo y entretenido de actuaciones y presentaciones que hizo las maravillas de los invitados y los allí presentes, impregnando de su estilo personal los grandes hits de las verbenas españolas. Programa en el que también hubo lugar para las palabras de agradecimiento hacia los “Spanish volunteers”, preludio de todas las emociones que estaban por llegar.
A la mañana siguiente tocaba ir terminando de pintar las diferentes paredes que previamente habíamos dejado lijadas. Era nuestra última mañana de trabajo y queríamos que todo estuviera listo para la gran inauguración del día siguiente. Por la tarde, entre actividad y juego, preguntas de los chicos y caras medio apagadas algo querían presagiar. Y por fin llegó el martes. Comenzamos el día entregándoles las bolsas de material escolar que habíamos traído desde España gracias a la colaboración de nuestros amigos y compañeros, y que con mucho cariño habíamos ido preparando, endulzando los lápices de colores con galletas y algún globo. Galletas que se apresuraron a compartir y material que fue a parar a donde guardan el resto de sus pertenencias, una maleta metálica muy colorida cerrada con candado y cuya llave llevan siempre encima. No deja de sorprendernos y removernos por dentro lo responsables que son con sus cosas, ver cómo planchan su uniforme, con el plato y un poco de agua, cómo cuidan su ropa, destinando la camisa nueva para las ocasiones especiales o cómo alargan la vida de los globos que usamos, llegando a desatarlo para volverlo a usar o inflando de nuevo el globo explotado, hace que nuestros pensamientos giren en torno a qué diferente es su infancia de la que estamos acostumbrados.
Les acompañamos camino a la escuela, camino que discurre entre cocoteros y campos de cultivo, momento que aprovechan para enseñarnos nuevas palabras en tamil y dedicamos la mañana a ultimar el equipaje, conscientes de que por la tarde poco tiempo iba a haber. Los preparativos comenzaron pronto, en cuanto los chicos volvieron de la escuela; había que adornar el comedor y la cocina y nosotros también teníamos que vestirnos con nuestras mejores galas. Las chicas contamos con el inestimable apoyo de una profesora del colegio que junto con sus hijas nos ayudó a enfundarnos el traje típico de la India, el sari, más de cinco metros de tela que hay que ir plegando alrededor del cuerpo y que nos confesó se tarda un año en aprender a ponérselo una misma. Los chicos también sacaron sus galas, vistiendo la camisa tradicional India, el kurta, y los más atrevidos cubriendo sus piernas con un dhotti.
Y la fiesta bien lo merecía porque lo que estaba preparado no cabía ni en las mentes más imaginativas. Con corte de cintas incluido, luces de colores, lanzamiento de flores y rito tradicional, quedó inaugurada la cocina. Para ello hirvieron leche que bebimos todos, en señal de abundancia y prosperidad. Y llegó el momento más emotivo, las palabras de agradecimiento que uno por uno los 42 chicos nos las fueron cantando en ese idioma suyo que es el tamil. Y no pudimos contener las lágrimas. Porque cuando se habla desde el corazón, el idioma no es barrera, y no podíamos sino intentar devolverles las gracias, aunque el nudo que se nos había formado en la garganta dificultara enormemente la labor. Intentando mantener el tono festivo bailamos y nos hicimos fotos y les firmamos los cuadernos, aunque la sombra de la despedida ya se cernía sobre nuestras cabezas.
La mañana del miércoles amaneció nublada, como nuestro ánimo, así que nos resguardamos en ultimar el equipaje, pesar maletas y repartir kilos. El microbús que nos iba a llevar al aeropuerto llegó puntual y continuaron las despedidas. Sorprendentemente emotivo fue el abrazo que nos regalaron las cocineras, que tan bien y con tanto cariño nos han alimentando, y que a pesar del idioma tan bien se han hecho entender, robándonos comentarios del estilo “si hablaran inglés…”. Abrazo sincero, genuino y espontáneo, rompiendo las distancias que para nosotros tienen los apretones de manos, más habituales por estas latitudes. Después de despedirnos de nuestros chicos, silenciosos y cabizbajos nos dispusimos a iniciar nuestro viaje de regreso. Las casi cuarenta horas de viaje que nos esperaban por delante tampoco ayudaban mucho a templar los ánimos. Aprovechando la escala de Bangalore para hacer la última reunión y las horas de espera para escribir esta crónica estamos a punto de concluir esta experiencia de vida en comunidad en la India, que no es más que un cambio de escenario y que nuestra labor no ha hecho más que comenzar.
Más allá de una cocina con techo nuevo o un comedor pintado, creemos que hemos dejado una forma de relacionarnos con los chavales, resaltando a cada uno, valorándolos individualmente, una cercanía en el buenos días y buenas noches, nuevas y diversas posibilidades de juego para las tardes, una forma igualitaria de relacionarnos entre nosotros y nosotras. Es inevitable pensar en qué les deparará el futuro a estos chicos, en qué personitas se convertirán y si sabremos algo de ellos. Nos sentimos como el zorro y el principito, felices a pesar de que las despedidas sean tristes. Y sobre todo sentimos que hemos vivido en primera persona eso que contamos a nuestros alumnos, cuando hablamos de que es PROYDE, cuando intentamos concienciar sobre lo importante que es la Promoción del Desarrollo, animar iniciativas de apoyo a la infancia y promovemos el Comercio Justo y el cuidado del medio ambiente. Hemos puesto rostro a esas historias y volvemos dispuestos a ser altavoz para todo el que quiera escuchar. Comenzamos…
“Y érase una vez un escritor que vivía a orillas del mar, donde tenía una casita y pasaba temporadas escribiendo. Era un hombre culto y sensible por las cosas importantes de la vida. Una mañana, mientras paseaba por la playa, vio a los lejos una figura que se movía de manera extraña, era un muchacho que se dedicaba a coger estrellas de mar de la orilla y lanzarlas otra vez al mar.
El hombre le preguntó que estaba haciendo, a lo que este le contestó:
– Recojo las estrellas de mar que han quedado varadas y las devuelvo al mar o morirán.
Dijo entonces el escritor:
– Pero esto que haces no tiene sentido. Primero, es su destino y serán alimento para otros, y segundo, hay miles de estrellas, no podrás salvarlas a todas.
El joven miró fijamente al escritor, cogió una estrella de mar y la lanzó con fuerza por encima de las olas y exclamó:
– Para ésta… si tiene sentido”.
Víctor, Verónica, Sergio, Luis, Amalia y Amaya.
Hay 926 invitados y ningún miembro en línea
La habilitación política de la mujer tiene la virtualidad de transformar a las sociedades, y su participación en los organismos de gobierno locales y nacionales facilita la redacción de políticas y leyes que no solo benefician a las mujeres, sino también a los niños y niñas y a las familias.
Es una inversión de futuro.
Campaña PROYDE 2007-08
Utilizamos cookies para mejorar nuestro sitio web y su experiencia al usarlo. To find out more about the cookies we use and how to delete them, see our privacy policy. | |
I accept cookies from this site. Agree |